Viendo la extraordinaria situación actual, al igual que esperpéntica, puede parecer hasta de mal gusto obviar el hecho de los altísimos grados de interconexión -tanto humana como de capital- a la que hemos sido sometidos desde finales del siglo XX. La realidad contemporánea parece extraída de una escena propia de Arthur Miller donde la histeria colectiva y la angustia global dominan la agenda y el discurso político de todas las naciones del mundo, haciendo de nuestro vecindario un Salem sórdido y abandonado que solo rompe el silencio con los rutinarios aplausos de las ocho de la tarde. Así pues, parece haber sido necesaria una pandemia global originada en Asia para hacernos ver que la globalización y la interconexión masiva es un arma de doble filo: puede ser una herramienta maravillosa que acerque las antípodas a nuestro hogar, sí; mas también puede poner en jaque al orden mundial. Tal y como estamos viendo hoy en día.
La expansión del coronavirus Covid-19 es solo la culminación de un proceso de esparcimiento económico, social y cultural sin precedentes. La globalización, motor del actual curso de la historia, ha tenido y tiene más consecuencias más allá del alto grado de contagios de este virus. Uno de ellos, si no el más característico, ha sido el inmenso anclaje económico de los diferentes mercados del mundo que la globalización ha ido soldando mediante el establecimiento de diferentes cadenas comerciales. Estos quedan subyugados al hilo conductor del comercio internacional, beneficiando a unos pocos y perjudicando a otros muchos. Huelga decir que este desarrollo ha tenido y tiene inmensas repercusiones en el ámbito nacional y global. Dani Rodrik ya lo expuso en su excelente y pesimista “Rodrik’s Trilemma” en el que poco espacio quedaba para alguna solución justa que beneficiase a todo el mundo sin tener antes que realizar importantes concesiones.
Estas cadenas comerciales que mencionaba con anterioridad no siempre son justas ya que persiguen a ciegas las leyes de la oferta y la demanda, dejando, en muchas ocasiones, las premisas morales y éticas relegadas a un segundo plano, estableciendo así una innumerable cantidad de injustas cadenas comerciales más propias del imperialismo que de las democracias liberales que imperan en el régimen internacional. Fruto de estas relaciones, hay países con innumerables recursos naturales que son subyugados por tales tratados económicos impidiendo así su adecuado y apropiado desarrollo al igual que creando severas desigualdades sociales, ya no solo dentro de el país en cuestión, sino también con respecto al resto de estados del planeta. Sin embargo, pese a ser un mecanismo global ajeno a la vida de muchos, dicho sistema está formado, evidentemente, por piezas y engranajes más pequeños, constituyendo las relaciones comerciales al nivel más básico: el individuo consumidor.
Cierto es que parece poco probable y utópico el hecho que la llave de cambio la tenga un mero cliente/consumidor, pero recordemos que son los hábitos de los mismos, al igual que su responsabilidad, los que perpetúan o no esos grilletes comerciales que desfavorecen a unos muchos y benefician a unos pocos y, por ende, se podría definir que son nuestras acciones individuales aquellas generadoras de un impacto en los distintos confines del mundo. Así pues, en OAN International, organización de cooperación para el desarrollo, apostamos por ello y nos embarcamos en una aventura que no solo apostaba por un comercio justo entre las diferentes regiones del planeta, sino que además confiaba en la responsabilidad individual del consumidor para poder poner solución a esta situación tan despótica. Mediante la compraventa de la manteca de karité a un precio responsable y justo, comenzamos la empresa social llamada Nikarit.
La idea era sencilla: comprar directamente y a un precio justo manteca de karité a las cooperativas de mujeres locales de Nikki, Benín; estableciendo así un nexo comercial entra la amplia oferta beninesa de dicho producto y la inmensa demanda de los mercados cosméticos españoles. Estas cooperativas de mujeres recolectan y producen la manteca de karité, sin embargo, carecen de una oferta suficiente como para hacer que su venta suponga un medio sostenible. Así pues, OAN International ejerce de intermediario comprando este producto, transportándolo y vendiéndolo en España, y, por último, pero no menos importante, reinvirtiendo la totalidad de los beneficios en los diferentes proyectos de desarrollo que desempeña OAN International en susodicha región de Benín, más concretamente en áreas tales como la sanitaria, la agrícola, la estructural y la social.
De este modo, Nikarit confía en la responsabilidad del consumidor, que mediante la elección de productos naturales, sostenibles y justos; repercute de forma positiva en otros lares del mundo. La razón, como ya comentamos anteriormente, es la globalización y los altísimos niveles de interconexión a los que estamos expuestos. De esta forma, OAN International focaliza los aspectos más positivos de la globalización y los emplea para tratar de repercutir de la mejor de las maneras al desarrollo sostenible y justo de las grandes y verdaderas regiones productoras del planeta. Quizás el cambio tarde en llegar, pero si observamos el poder que puede tener esta conexión global para la propagación de un virus surgido en una ciudad remota de China, ¿por qué no había de tenerlo para favorecer a los siempre injustamente tratados?